El intestino: ¿Por qué decimos que es nuestro segundo cerebro?

¿Sabías que la función de nuestro aparato digestivo va más allá que la simple digestión de los alimentos? El intestino humano está colonizado por infinidad de bacterias y hongos. El conjunto de los mismos es lo que se conoce como “microbiota intestinal”, con importantes funciones digestivas, inmunomoduladoras y protectoras. Algunos microorganismos son beneficiosos, pero el crecimiento excesivo de otros puede repercutir negativamente en nuestra salud.

Las investigaciones de los últimos años están muy centradas en los efectos que tiene la microbiota de cada persona sobre su metabolismo, su facilidad para ganar o perder peso, enfermedades cardíacas o dermatológicas e incluso, sobre múltiples patologías neurológicas como depresión, párkinson o autismo. Esto se debe a que en nuestro intestino se producen cantidad de sustancias relacionadas con nuestra inmunidad, saciedad e, incluso, estado de ánimo.

El intestino y el cerebro están estrechamente conectados mediante el nervio vago de manera “bidireccional”, es decir, el cerebro influye en la diversidad de nuestras bacterias y éstas influyen en nuestras emociones. Por ejemplo, el 95% de la serotonina (la llamada “hormona del bienestar”) se produce en  el intestino y regula múltiples funciones cerebrales como  el humor o el comportamiento. Imagina si no tenemos las bacterias que participan en la síntesis de serotonina…podría ser uno de los motivos por los cuales nos encontramos más deprimidos o agotados? 

Por tanto, cómo funciona nuestro intestino puede provocar problemas como depresión y ansiedad. Se cree que está conexión intestino-cerebro es la responsable de que nuestro estado de ánimo influya tanto en nuestro tránsito intestinal. Muchas personas con depresión o ansiedad desarrollan síntomas digestivos como diarrea, estreñimiento, hinchazón abdominal. Pero, y si el origen del problema fuera a nivel intestinal? Y si nuestra salud intestinal tuviera un efecto en nuestro estado de ánimo y es por eso que no comprendemos por qué nos sentimos así?

La microbiota intestinal completa su diversidad sobre el primer año de vida y se considera más o menos estable durante los 3-5 años, variando en función de la alimentación y el estilo de vida de cada persona. Cada individuo tiene una microbiota única e irrepetible.

Para conseguir una buena función intestinal y correcta absorción de nutrientes por parte de los alimentos, es imprescindible que los diferentes géneros microbianos que tenemos en el intestino estén en una determinada cantidad, proporción y equilibrio. Esto se conseguirá llevando una alimentación lo más variada y saludable posible, así como con ejercicio físico regular, consumo de probióticos adecuados, descanso, manteniendo relaciones sociales y cuidando las horas de sueño.

Cada género microbiano tiene una función, por lo que tanto su déficit como su exceso, puede alterar su estabilidad y dificultar el buen funcionamiento del sistema digestivo. Esto se conoce como “disbiosis”.

Cuando este desequilibrio entre bacterias buenas y malas se altera (debido a situaciones de estrés, uso crónico de medicamentos y en especial de  antibióticos, una mala alimentación llena de azúcar y ultraprocesados, una vida sedentaria, el tabaco o el alcohol…) se pueden originar enfermedades crónicas.

Los estudios de disbiosis intestinal nos pueden abrir una puerta a detectar el origen de diversidad de patologías intestinales, como malas digestiones, flatulencias, diarreas constantes, intolerancias, estreñimiento.., e incluso patologías no intestinales como migrañas, dermatitis atópica,  acné, candidiasis, alergias, reumatismo o fibromialgia. Una vez detectado el origen del problema y cuáles son los grupos bacterianos alterados, se comienza una terapia probiótica específica y nutrición personalizada a cada paciente unido a un cambio en el estilo de vida.

Habitualmente se emplean especies bacterianas ácido-lácticas de los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium para estabilizar el medio intestinal. 

También existe una larga experiencia clínica con otro tipo de microorganismos  probióticos  con acción más potente sobre el sistema inmune como Enterococcus faecalis y Eschericha coli.

Paralelamente, el consumo de prebióticos (componentes no digeribles de la dieta, principalmente almidón resistente y otro tipo de fibras) metabolizados por la microbiota intestinal, promueven el crecimiento de una o más especies bacterianas, modificando así la composición de la microbiota y/o su rendimiento metabólico.

Estamos, por tanto, ante un mundo nuevo en el que relacionamos el origen de múltiples patologías con alteraciones de microorganismos que forman parte de nosotros. Aún queda mucho por descubrir, pero al mismo tiempo es una línea de investigación super prometedora y con importantes avances para nuestra salud a largo plazo y tratamientos totalmente personalizados