La recuperación de la economía española es un hecho difícil de negar. La resaca tras la crisis económica ha estado a la altura de los desequilibrios que acumulamos en la etapa de expansión, haciendo más duro y más largo el proceso. Es cierto que los dividendos de la recuperación no han llegado aún a todos los españoles, pero nadie puede negar que se vive más a gusto en la España de 2015 que en la de 2012, cuando estuvimos rozando peligrosamente el colapso económico.
La recuperación de la financiación exterior, una vez acalladas las dudas sobre el futuro del euro, y un acusado incremento de la competitividad están en la base de esta recuperación. Una recuperación que, en lo esencial, ha seguido la misma senda de todos los procesos de recuperación experimentados en el pasado. La ganancia de competitividad permite una contribución positiva del sector exterior al crecimiento del PIB permitiendo, a su vez, generar rentas en el país que sirven para financiar inversiones que aumentan la capacidad productiva y generan empleo, provocando una expansión del consumo y de los ingresos tributarios.
«Una recuperación que, en lo esencial, ha seguido la misma senda de todos los procesos de recuperación experimentados en el pasado.»
Sin embargo, siendo éste un desarrollo de los acontecimientos bastante típico en nuestra historia económica, existen dos circunstancias que han aumentado sensiblemente la calidad y la credibilidad del proyecto, permitiendo incluso atisbar un muy deseable cambio estructural en la economía española.
Por un lado, las ganancias de competitividad no se han logrado devaluando la moneda como era nuestra costumbre hasta que entramos en el euro. Basta recordar que entre 1975 y 1995, España sufrió cuatro procesos devaluatorios con los resultados conocidos. En esta ocasión, la pertenencia a la moneda única nos ha obligado a poner en marcha una devaluación interna de precios, salarios y rentas con efectos mucho más retardados en el tiempo, políticamente muy dolorosa, pero mucho más positiva en términos de la credibilidad y la confianza que estamos obligados a generar tras el pinchazo de nuestra burbuja. Por otro lado, la política económica también ha estado a la altura de las circunstancias. La aplicación de lo que podríamos llamar “la receta europea”, es decir, disciplina fiscal, saneamiento bancario y reformas económicas ha resultado un éxito en España. Es cierto que no había mucho margen para poner en marcha otra política, pero también lo es que la sabiduría política residía en elegir las dosis adecuadas de cada uno de los ingredientes para estabilizar y recuperar la economía al tiempo que se mantenía la paz social. Eso, con sus matices, se ha logrado.
Así las cosas, la cuestión relevante es saber cuán sana, sólida y sostenible es esta recuperación económica. En definitiva, saber si esta vez es diferente o si, por el contrario, el buen tono de nuestra economía es simplemente fruto del cambio de ciclo. Existen al menos tres razones para apoyar la idea de que el crecimiento económico es más sólido e incluso para avalar la tesis de España está en el umbral de un cambio estructural si persevera en los tres pilares antes mencionados.
En primer lugar, el funcionamiento del mercado de trabajo. La reforma laboral aprobada en 2012 ha sido de lejos la más ambiciosa del Gobierno y la reforma laboral más profunda de nuestra historia económica. Un reforma que ha provocado algo inédito en nuestra economía como es que el empleo y el crecimiento crezcan simultáneamente. Antes de la crisis económica, España necesitaba aproximadamente un 2% de crecimiento para crear empleo. Tras la reforma esta tasa se ha reducido al entorno del 0,6% permitiendo a la economía crear más de un millón de empleos desde el inicio de la recuperación y devolviendo al desempleo a una senda decreciente.
«La reforma laboral aprobada en 2012 ha sido de lejos la más ambiciosa del Gobierno y la reforma laboral más profunda de nuestra historia económica.»
En segundo lugar, las reformas del sector financiero han supuesto un gigantesco esfuerzo de transparencia, reestructuración y recapitalización, dando como resultado un sector saneado capaz, por un lado, de financiar la recuperación, con tasas de crecimiento de nuevo crédito a Pymes superiores al 10% anual desde comienzos de 2014 y, por otro lado, de transmitir correctamente las señales de la política monetaria del BCE como lo pone de manifiesto las sensibles mejoras en las condiciones de los créditos también desde mediados de 2013 y comienzos de 2014.
Y en tercer lugar, España está sabiendo responder satisfactoriamente a la principal duda que albergaban los expertos respecto a nuestra capacidad de generar crecimiento en un contexto de necesario desapalancamiento tras los graves desequilibrios acumulados. Por primera vez en nuestra historia reciente y, desde luego, desde que estamos en el euro, el crecimiento económico no ha supuesto una merma a la tasa de desapalancamiento del sector privado que avanza a buen ritmo desde el comienzo de la crisis. Tasas crecientes de inversión y consumo están siendo compatibles con tasas elevadas de desapalancamiento de empresas y particulares. Por dos años consecutivos, España ha registrado un superávit en la balanza por cuenta corriente consolidando una inédita capacidad neta de financiación. Así, mientras que el stock de financiación de la economía se sigue reduciendo, el flujo de nuevo crédito a pymes y particulares crece a ritmos muy elevados desde comienzo de 2014, hecho sólo posible a través de una reasignación de factores de producción hacia “nuevos sectores” como, por ejemplo, el sector exportador. De ahí que las exportaciones en España hayan pasado a representar más del 32% del PIB cuando a comienzo de la crisis sobrepasaban ligeramente el 22%. Un crecimiento exportador que no es sólo cuantitativo, sino que tiene detrás un intenso proceso de diversificación de los mercados de destino, lo que ha permitido reducir la dependencia de las exportaciones a las UE que han pasado de representar más del 60% del todas las exportaciones españolas a menos del 48% en 2014.
En definitiva, España, gracias a las políticas aplicadas y a la normalización de la zona euro, tiene una fantástica oportunidad de operar un cambio estructural en la economía que le permita aprovechar mejor que hasta ahora – lo que no debería ser difícil – las oportunidades de la globalización. Sin embargo, el nivel de vulnerabilidad de nuestra economía sigue siendo muy elevado. Seguimos teniendo una elevadísima tasa de paro, un déficit público aún entre los más altos de los países desarrollados y un nivel de endeudamiento público y privado que sigue siendo de los más altos del mundo. En estas circunstancias, la única forma de salirnos de la senda correcta es seguir aplicando los tres pilares que nos han permitido generar los buenos resultados arriba comentados.
«En definitiva, España, gracias a las políticas aplicadas y a la normalización de la zona euro, tiene una fantástica oportunidad de operar un cambio estructural en la economía que le permita aprovechar mejor que hasta ahora –lo que no debería ser difícil– las oportunidades de la globalización.»
Un segunda ronda de la reforma laboral que reduzca aún más la dualidad y permita ganar flexibilidad en períodos de crisis; una reforma integral del sistema fiscal mejorando su capacidad recaudatoria y reduciendo las distorsiones que genera en el comportamiento de los agentes económicos; una reforma del sistema de bienestar que garantice su sostenibilidad y que lo haga más eficiente a la hora de reducir la desigualdad; así como medidas de nos permitan aumentar las dimensión de nuestras empresas, son prioridades para cualquiera que sea el Gobierno que salga de las próximas elecciones generales.