Cambia tu modo turista por el de viajero, olvídate de mediocridades y respira hondo para enfrentarte a una cascada de experiencias que no querrás olvidar jamás. Palacios encaramados a una roca imponente, océanos verdes tapizados de té, leopardos aparentemente indolentes que dormitan a la sombra de unos arbustos, elefantes vestidos de fiesta rodeados de acróbatas y bailarines… Un viaje con sabor a especias y aroma a canela que se instalará en el fondo de tu corazón
Sri Lanka es también conocida como la Lágrima de la India, pero debería ser la perla de Asia; una joya que han ambicionado las grandes potencias europeas para lucirla en su corona, y en distintos momentos de la historia ha hablado portugués y holandés, hasta que los imperiales británicos la tomaron por asalto y la dominaron hasta el siglo XX. Este mestizaje se nota en la calle, pero también en el estilo de vida.
Así, vista de lejos y recopilando información de viajeros de vuelta, me la describían como ese Shangri-la oriental que nos fascina: cuevas despampanantes, templos sobrecogedores, comida exótica y unos paisanos amables hasta el infinito. Algo bastante común y reconocible en muchos países asiáticos. Pero Sri Lanka (antiguo Ceilán) es mucho más con su overbooking de monumentos patrimonio de la humanidad, la mayor industria de té de Asia, una increíble población de leopardos, su fusión de culturas del océano Índico, y una capital en pleno momento emergente con restaurantes tan modernos como puede haber en Madrid. Además, ciudades coloniales, fuertes holandeses, playas idílicas con palmeras en curva… ¿Y su gente? He conocido un artista cingalés-noruego que vive retirado en un monte haciendo yoga. Un piloto militar retirado capaz de sobrevolar contigo en helicóptero las plantaciones de té….rasgos de un país impredecible. Ahí radica su encanto.
Colombo o cómo reinverarse
Primera parada: Colombo, la capital del país. Después del empacho de olores y sensaciones al bajar del avión, me encuentro con esta ciudad en pleno boom económico, lo que se traduce en obras por todas sus esquinas. Hay que agradecer que los programas de conservación y mantenimiento de áreas históricas han puesto en el punto de mira su centro colonial que se está restaurando a toda velocidad. Fuerte de Colombo es su barrio más especial. Construido por los portugueses para defender sus intereses comerciales en las plantaciones de canela, su puerto fue uno de los principales en la ruta comercial del Índico. Siglos después, los holandeses lo reconvirtieron en un área residencial y construyeron un gran hospital en su interior. Lo descubro con la mirada de Mark Forbes, el fotógrafo oficial del gobierno para documentar la restauración de este barrio, que me acompaña en este festín de edificios únicos. Un dato curioso: al terminar el conflicto con los tamiles (al norte del país) los soldados que, digamos, se fueron al paro, se han reinventado como expertos restauradores de edificios históricos. Al final del día, camiones militares les recogen ¡Para regresar al cuartel!
La ciudad respira optimismo por todos sus poros. Una buena señal es comprobar cómo la zona que rodea el hospital, antes tierra de nadie, con barricadas y militares, se encuentra ahora llena de tiendas y restaurantes cool como el Ministry of Crab, uno de los locales más populares.
Muy cerca está el Tintagel, antigua residencia de tres Primeros Ministros del país y hoy reconvertido en hotel de lujo que elabora su propia cerveza de jengibre. A poca distancia, el antiguo estudio del famoso arquitecto Geoffrey Bawa, reconvertido en un resto-bar chill out con menú fusión.
Aunque el país es principalmente budista, convive con otras religiones como el hinduismo, el cristianismo y el islam en perfecta armonía. Y será camino del norte de la isla (Con Mr. Ydaya, conductor y traductor, al volante) cuando descubra la inmensa riqueza de centros arqueológicos, ruinas y templos. Es la zona turística por excelencia pero también le llama el triángulo cultural.
Ir en coche es la mejor manera de conocer el país, pero también una buena aventura. Automóviles, camiones, autobuses, bicicletas, carretas, y todo tipo de elementos de transporte empujados por el hombre, circulan en un ordenado caos. Aunque las distancias no son largas, la velocidad media es de 40 kms por hora y un corto desplazamiento implica mucho tiempo.
Nuestro primer destino es La fortaleza de Sigiriya, la extraña locura de un rey que decidió construir su palacio y fortaleza en lo alto de una inaccesible cima para no ser conquistado nunca. Rodeado de frondosa vegetación y con una altitud importante, las vistas desde la cima son un regalo después de los cientos de escalones subidos con la característica humedad del clima tropical. Es importante ir bien provisto de agua, calzado cómodo y no tener vértigo. En el ascenso, atravesé rocas gigantes, pasé entre las patas de la escultura de un león del tamaño de un autobús cada una, y una vez arriba, tuve que dejarle claro a un grupo de monos que la botella de agua mineral era mía y no quería compartirla. Sigiriya se declaró patrimonio cultural por la UNESCO y está rodeada de un antiguo sistema de estanques y jardines usados como reservas de agua que aún funciona. ¿Otra maravilla en mi camino?
Anuradhapura, también patrimonio cultural de la UNESCO, fue el centro secular y espiritual de Sri Lanka desde el siglo IV a.c. durante mil años. Pocas ciudades en el mundo han sido tan extensas en tamaño y en permanencia en el tiempo. A pesar de numerosas invasiones por poblaciones del sur de la India, floreció hasta el año 993 cuando una nueva invasión pudo con ella. Se dice que tuvo universidad y templos que cobijaban a más de diez mil monjes, incluso tuvo en su poder ¡La reliquia de la clavícula del mismo Buda! Como ocurre en muchas ruinas asiáticas, los templos los siguen manteniendo los monjes, que sirven como reclamo para todo tipo de peregrinos: es una experiencia única. Te recomiendo descubrirlo en bici de montaña. Con ella alcanzarás zonas poco transitadas. Tienes que ver las dos piscinas gemelas, construidas hace siglos y que todavía funcionan como aljibes. La estupa de Ruwanvali, encalada en blanco, es la más grande del país y sus fieles la rodean siempre en el sentido de las agujas del reloj mientras rezan. Te recomiendo una parada en los estanques Elephant pond para admirar esas imponentes construcciones de hasta 1.600 años de antigüedad. Muy cerca está la montaña de Mihintale. La leyenda dice que ahí se reunieron el monje budista Mahinda y el rey Devanampiyatissa y sembraron la semilla de la devoción budista en el país. Hoy es un centro de peregrinación con templos y ruinas desde donde ver un bonito atardecer.
Paisaje y elección de botánica
Con el rumbo en dirección a la mítica ciudad de Kandy, hago un parón en la montaña de Dambulla que esconde los templos y cuevas mejor conservados del país. En 160 metros de altura, alberga más de 80 cuevas con diferentes estatuas y frescos que revelan la historia y enseñanzas de Buda. Ojo, son 364 escalones y hay que verlo ¡Descalzo! Por fin llego a Kandy y, transportado por un tuk-tuk color rojo Ferrari, recorro caminos comarcales hasta llegar a casa de Rajhu. Este medio cingalés medio noruego, pintor y músico, viste un simple taparrabos, y vive en una sencilla pero exquisitamente decorada casa en la cima de un monte con unas increíbles vistas sobre el valle de las Hunas que felizmente comparto un rato.
Pero hablemos de Kandy. Fue la capital del reino Cingalés hasta 1.815 y, como tantos otros lugares del país, también es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Construida alrededor de un lago artificial, alberga una de las más importantes reliquias religiosas de Asia en el Templo del Diente de Buda. La tradición dice que quien tenga la custodia de la reliquia, tendrá el poder en la isla. En el mes de julio se llena de peregrinos y comienza el festival de Esala Perahera donde grandes procesiones con elefantes vestidos de fiesta, salen a la calle acompañados de bailarines, acróbatas y antorchas. A la salida te impresionarán los edificios victorianos como si estuvieras en otro país. Vestigios del paso de los ingleses.
¿Otra visita? Los jardines botánicos. Mister Palipana, su director, me descubre especies como la Cola, árboles con hojas en forma de mariposa, bambúes que crecen más de medio metro al día hasta los 35 metros, orquídeas con figuras de palomas en su interior… cuenta con más de 4.000 especies vegetales diferentes.
El paraiso del té
Aunque no seas adicto a esta bebida, seguro que has oído hablar del té de Ceilán. Pues en la zona montañosa de The Hill Country, se encuentra una de las mayores extensiones del mundo dedicadas a este arbusto. Llegué en un tren local para vivir un auténtico viaje en el tiempo. Todo el sistema ferroviario sigue idéntico al de la época de los ingleses: tableros de madera, uniformes del personal, la oficina de billetes (sin un solo ordenador). En el tren hay aire acondicionado en primera clase, y así me adentré entre colinas y montañas cubiertas de té. Puro oro verde del que recibo una lección magistral gracias a Andrew Taylor, director de la plantación.
El cercano pueblo de Nuwara Eliya, también conocido como Little England, fue la capital del Imperio del té durante la época británica. Gracias a su clima fresco, esta zona se convirtió en la preferida por los colonos para su ocio. Los hoteles Grand Hotel y Hill Club fueron lujosos clubs privados que, a día de hoy, a pesar de su decadencia, mantienen el sabor de la época con la decoración original.
Abandono las montañas para dirigirme, esta vez en helicóptero, hacia el sureste. Los paisajes desde el aire, con colinas, cascadas y plantaciones, parecen sacados de un cuadro. Aterrizo en el Parque Nacional de Yala, para averiguar lo que hay de verdad en el mito de los leopardos de Sri Lanka. Aquí cuentan con la mayor población del país. El campamento Leopard Safaris es mi centro de operaciones y su dueño, Noel, me sirve de guía al estilo africano. A las dos horas de espera, descubrimos una pareja de leopardos descansando junto a unos arbustos.
Yala cubre 98.000 hectáreas, tiene tres ecosistemas, alberga 215 especies de aves y 44 especies de mamíferos. Lo más visible son sus manadas de elefantes (puedes ver hasta 350 juntos) y sus cocodrilos.
Galle punto final
Bordeo la costa sur en dirección a Galle, una ciudad pintoresca clave en el comercio de las especias para los portugueses. Se instalaron aquí para monopolizar el comercio de la canela que, en su día, valía literalmente su peso en oro. Hoy es más accesible pero Sri Lanka produce el 19 por ciento mundial. Mi guía aquí es Juliet, una periodista británica enviada a cubrir el tsunami de 2004, que se enamoró y se casó con su intérprete. Es una de las mayores conocedoras de la historia y rincones del fuerte de Galle. Una fortaleza de piedra del siglo XVI, convertida en un auténtico monumento viviente de historia. En sus calles se palpa la mezcla europea y asiática y, como no, es patrimonio cultural de la UNESCO.
En este lugar tan especial termino mi recorrido en un plan que lleva siglos cumpliéndose cada día, una especie de rito que consiste en acudir a las antiguas murallas al atardecer para admirar en silencio la puesta de sol sobre el mar. Merece la pena.