En el ojo del huracán

En el ojo del huracán hay calma, una ligera brisa y una temperatura agradable. No llueve y el cielo está despejado, se ve el sol y el cielo es azul. Es un espejismo de la calma que viene tras el paso de la tormenta. Algo efímero que da lugar de nuevo a la más extrema violencia, un claro que nada es lo que parece y que hace válida la frase de “espera lo mejor y prepárate para lo peor”. También es posible que estemos viendo el fin del temporal, la ansiada calma que nos llena de alegría y ganas de reconstruir todo lo destruido y recuperar nuestra vida anterior. Pero, parece que no. Estamos en el ojo del huracán.

El huracán nos azotó con violencia en la primera mitad del siglo XX. Existían muchos indicadores que hacían presagiar lo peor, pero la ignorancia y la soberbia europea impidieron a nuestros abuelos darse cuenta de lo que se les venía encima. Primero en forma de tormenta tropical con la Primera Guerra Mundial y finalmente en forma de huracán de categoría especial con la segunda gran guerra. El escenario, por cierto, era muy parecido al actual: desigualdad, desempleo juvenil, deudas soberanas impagables y deseos expansionistas de las grandes potencias. El resultado es de sobras conocido: la destrucción total.

Y fue en la década de los cincuenta que llegó la calma, pero no el fin. Empezamos a vivir en el ojo del huracán, cuyo tamaño es proporcional a la tormenta que lo rodea. Es tan grande, que durante décadas hemos creído vivir en el periodo de calma que viene tras el paso del diluvio. Al menos, nos permitió crear nuevas estructuras sociales y organizaciones transnacionales como preparativos para futuras emergencias. Refuerzos de estructuras pensadas para el azote de un nuevo ciclón. El nacimiento de la ONU, el despertar cultural de los años 60, el surgimiento de la clase media, etc. Por supuesto, se continuaron cometiendo errores y el mundo se dividió entre capitalismo y comunismo. Las primeras brisas que indicaban el movimiento del ojo y la proximidad de la destrucción. Nadie hizo caso.

Y desde entonces, el desplazamiento del ojo ha continuado y la inestabilidad ha seguido aumentando. Nadie ha hecho caso a la explotación salvaje de recursos, individuos y cultura que hay detrás de las grandes tecnológicas, nadie ha hecho caso a la extraordinaria acumulación de capital que se ha producido gracias a las finanzas ficticias practicadas por instituciones financieras e inversores al albor de políticas fiscales nacionales cómplices y subordinadas a sus intereses, nadie ha hecho caso a la destrucción del planeta, nadie ha hecho caso a nadie. O muy pocos, pero no los suficientes.

Pues bien, para aquellos que aún no se lo creían, estábamos en el ojo del huracán. Y este acaba de dejarnos atrás y nos ha lanzado de nuevo la segunda parte de su tormenta. Y parece que todas aquellas infraestructuras de refuerzo no han disfrutado de un mantenimiento adecuado. No hemos aprendido nada. Estamos en un mundo con múltiples potencias, con capacidad nuclear y con nuestras democracias debilitadas como causa de una clase política profesionalizada, no representativa de la voluntad popular y de un sistema partidista más preocupado por su supervivencia clientelar con el poder que del bienestar nacional. ¿Le recuerda a algo? Pero aquí es donde la frase inicial toma más relevancia. No está todo perdido, ni mucho menos. La capacidad del ser humano para reinventarse y mejorar su calidad de vida es infinita.

¿Qué antídotos tenemos, que antes no disponíamos de ellos? Tenemos sociedades más informadas y críticas, la mujer está en puestos de poder, la innovación rige nuestros actos y nuestras esperanzas de crecimiento y los países están tan interconectados que la inmensidad de intereses cruzados entre ellos funciona como un parapeto frente a posibles guerras. En este paso del huracán, la guerra y las crisis económicas no son la única válvula de escape. Todos tenemos mucho que perder. Y tengo la sensación de que, si lo superamos, el mundo será muy diferente, pero mejor. No será fácil, la tormenta que nos acecha es descomunal, con un poder destructor sin límites, pero más selectiva y despiadada con aquellos que quieran aplicar viejas recetas y soluciones anticuadas.

Que seamos optimistas, no significa que seamos necios. La estupidez también es una cualidad que los seres humanos poseemos en cantidades infinitas. Por esta razón, espera lo mejor y prepárate para lo peor.