¿El optimismo se elige?

Ser optimista o pesimista no es otra cosa que percibir la realidad, evaluarla y predecir unos resultados de manera diferente. El optimista y el pesimista ¿nacen o se hacen? Podríamos decir que tiene un pequeño componente genético pero que, en definitiva, el peso fundamental lo tienen las experiencias y las conductas que hayamos visto en nuestro entorno.

El optimista tiene una manera distinta de afrontar la vida, de lo que le sucede, suele disfrutar más de lo que tiene, entiende que lo que nos acontece son experiencias de las que se puede aprender y no ve el futuro como amenazante. No suele anticipar, y si lo hace piensa más en oportunidades que en catástrofes

El optimismo cursa con una emocionalidad positiva, con menos estrés y, por tanto, con mayor salud y satisfacción vital, en tanto que el pesimismo cursa con tristeza, desmotivación y si es muy recurrente, incluso con depresión.

Las dos caras de la moneda las podemos ver expresadas en los siguientes refranes que retratan los dos esquemas de pensamiento claramente: el que utilizaría un optimista, “No hay mal que por bien no venga”. Sin embargo, el del pesimista sería, “Piensa mal y acertarás”.

Pero ¿Puede un pesimista cambiar? o ¿está abocado a sostener esta situación toda la vida? 

“El pesimismo y la tristeza, muchas veces solo es pereza” (Séneca). 

No hay nada que necesite menos esfuerzo que estar triste y ser pesimista.

Un pesimista, no sólo puede cambiar, sino que, como es evidente, le va a merecer la pena invertir en ello. Aunque esto acaba siendo una elección personal, como casi todo. 

Como ya conocemos, cada neurotransmisor provoca determinadas conductas y estados. La serotonina y la dopamina provocan estados de relajación y bienestar en tanto que hormonas como el cortisol, en exceso, suelen provocar ansiedad e irritación. Es evidente que un pesimista va a generar hormonas que provoquen sensaciones y estados negativos. No anticipar, no quedarse en el problema sino buscar soluciones y no rumiar los pensamientos negativos puede revertir esta situación. Hay verdaderos especialistas en amargarse la vida y lo peor es que, muchos de ellos, no quieren salir de este círculo, probablemente porque les aporta ganancias secundarias inconscientes que, en tanto no se resuelvan de forma consciente, les va a mantener en su “stand by”. “Nadie cambia si no tiene necesidad”. El problema, en este caso, suelen ser los daños colaterales para su entorno.

El estado de ánimo influye directamente en el estado de salud y eso está más que científicamente probado. Por ello la persona optimista y positiva se enferma menos y se recupera antes.

Si trasladamos todo esto al mundo laboral podemos decir que, el negativismo en el trabajo es una epidemia y condiciona el ambiente laboral.

“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ningún día de tu vida” (Confucio).

El “sí” en el trabajo es lo que requiere más esfuerzo, el poner pegas y negarse supone un menor compromiso y responsabilidad, pero esto genera habitualmente ambientes pesimistas, negativos y poco creativos, además de climas laborales enrarecidos. El cambio de actitud en el trabajo, el verlo en positivo, nos guste más o menos, pero hacernos conscientes de que es un medio para vivir, el intentar mejorarlo con creatividad, la voluntad de mejorar las relaciones y la actitud colaboradora, nos van a ayudar a generar optimismo y emociones positivas al respecto. A veces no es posible tener el trabajo que nos gustaría, pero quizá esté en nuestra mano mejorar el entorno y si no es así, siempre no queda la decisión de romper y buscar otro trabajo con el que podamos sentirnos mejor.

En un próximo post os hablaré de que podemos hacer para cultivar el optimismo, aunque os adelante que un buen Curso de Actitud Positiva o Curso de Pensamiento Positivo puede ser crucial para empezar a desarrollar nuestras competencias en este sentido.