El latido de la Medina

Yves Saint Laurent afirmó en una ocasión que Marrakech le había enseñado lo que era el color. El célebre modisto francés viajó por primera vez a la denominada “ciudad roja” en 1966 junto a su pareja Pierre Bergé. Aquel viaje cambiaría sus vidas ya que, poco después, compraron un Riad dentro de la Medina, llamado Dar El Hanch, la casa de la serpiente.

El caótico universo de la Medina con sus enmarañadas callejuelas, el zoco, los acróbatas, los encantadores de serpientes y los bailarines fascinaron e inspiraron a Saint-Laurent, que pasó largas temporadas de su vida en Marrakech, primero en su riad de la Medina y, más tarde, en una villa situada en la ciudad nueva.

Sin duda, la Medina es el corazón donde transcurre la vida en la mayoría de las ciudades árabes. Sus tesoros están protegidos desde hace siglos por sus gruesas murallas, y un caótico  laberinto de estrechas calles estratégicamente diseñado con la intención de que el enemigo se perdiera en caso de un ataque, pero a la vez perfectamente organizada en ordenados barrios especializados en diferentes gremios de oficios.

En Marrakech, encontramos grandes portalones decorados y muy trabajados, que antaño indicaban la separación entre los diferentes barrios y que aún hoy pueden verse. Cada barrio en la medida, es un auténtico micro cosmos con vida propia, donde nunca faltan sus más importantes emblemas. La mezquita, siempre próxima para los rezos frecuentes y diarios, y sus Imanes recitando el siempre eterno “Allahu Akbar” (Dios es grande), la constante música de fondo de toda Medina. La medersa está presente como escuela infantil de barrio, donde no solo se aprenden a recitar los sagrados versos del Corán sino también lectura, matemáticas, arte, y los valores de convivencia de la Medina. La higiene diaria es fundamental, pues la limpieza del cuerpo es un símbolo de la limpieza del alma, y al no haber agua corriente en muchas casas, los baños públicos se convierten en una rutina fundamental. En ellos, con horarios alternos para mujeres y hombres, se socializa convirtiéndose en un importante punto de encuentro y relaciones sociales, familiares y profesionales. Y por último, el horno del barrio. Antiguamente las casas de la Medina no tenían horno propio, y cada familia llevaba a diario a hornear sus panes, bollos y hojaldres rellenos. En muchas ocasiones se dejaba el diez por ciento de la cantidad, en forma de pago al hornero. Hoy en día estos hornos siguen aún funcionando en cada barrio de la Medina.

Cuando los gremios terminan su jornada, al caer la tarde la Medina se transforma y comienza la gente a fluir poco a poco hacia el mismo lugar. Es el latir de la Medina antes de caer la noche. La plaza central Jamaâ El Fna, que se va transformando con una explosión de colores, bullicio, gentes y aromas. El latir del corazón de la Medina varía en función del momento del día o de la estación del año. Antes de caer el sol, carros rebosantes de naranjas frescas se preparan para matar la sed de todos aquellos que pasaron la jornada trabajando en el calor de Marrakech, con un zumo fresco recién exprimido. Más adelante lo que hace unas horas era un bullicioso mercado de frutas, verduras, exóticas especias, flores, tés y tatuadoras de henna a la caza de clientes, se transforma una vez más. Los puestos se van desmontando para dejar paso a los restaurantes portátiles. Es el antiguo concepto del “food truck” donde una cocina portátil rodeada de grandes mesas corridas y coloridos toldos con toda suerte de bombillas colgadas de enredados cables, sirven comidas de todo tipo. La plaza se convierte en un auténtico restaurante al aire libre con capacidad para cientos de personas que acuden después de una larga jornada. Aquí se pueden degustar las famosas “pastillas” uno de los platos más antiguos que combina los sabores dulce y salado. Tienen forma de pastel elaborado con varias capas de masa fina y relleno con aves de corral, huevos batidos, almendras, cebolla, azúcar, especias y aromatizado con canela. 

La nota de color la ponen los aguadores, quienes transportan y venden vasos de agua potable almacenada en grandes depósitos metálicos colgados a sus espaldas. Sus elaborados trajes y gorros tradicionales son hoy en día un objetivo de fotógrafos y turistas que pasan por la zona. 

Pero uno de los mayores tesoros de la plaza llega con la aparición de los “halaiqi” o cuentacuentos. Llos últimos supervivientes encargados de perpetuar el oficio de la literatura oral, que desapareció hace siglos en Europa, y que está basado en la tradición de contar historias mágicas de aventuras, viajes y mundos desconocidos en las que el bien siempre triunfa sobre el mal. Corros de gente se forman a su alrededor, decenas por toda la plaza, cada uno contando una historia en forma de capítulos, a razón de un capítulo por día, manteniendo atónitos y expectantes a la audiencia que cada día espera deseosa un nuevo capítulo de la historia. Al igual que una serie de  “Netflix” la audiencia sigue a su cuentacuentos favorito durante semanas hasta que termina la historia. Aunque no entendamos el idioma, el tono de la voz, los gestos y la escenificación hacen que valga la pena sumergirse durante unos minutos en la fantasía ancestral de las historias de los “halaiqi”.

No es al azar que la UNESCO declarase la Plaza de Jemaâ el-Fna de Marrakech Patrimonio Mundial de la Humanidad, no por su arquitectura o monumentos, sino por ser uno de los únicos lugares del mundo donde se mantiene la tradición de representar las antiguas narrativas orales.

Los tesoros ocultos de la Medina

La palabra Riad, que significa jardín en árabe, es el nombre que recibe la casa tradicional marroquí, normalmente con dos o más plantas alrededor de un patio que contiene una fuente. Los riads eran las casas señoriales de la ciudad y pertenecían a los ciudadanos más ricos como los comerciantes y cortesanos.

Siguendo las reglas del Corán, según las cuales la belleza se encuentra en el interior y lo exterior es fuente de distracciones del alma, la belleza y riqueza de los riads están orientadas hacia el interior, lo que proporcionaba además privacidad a la familia y protección ante el clima de Marruecos. Se caracterizan ser edificios conectados a través de patios, casi siempre ajardinados  y la ausencia de grandes ventanas en las paredes exteriores. El primer edificio solía ser donde ocurría la vida pública de la familia, el segundo donde se centraba la vida privada y familiar, y el tercero donde vivía el servicio. El suave sonido del agua a través de pequeñas fuentes o albercas en sus patios es constante.  En el jardín central de los riads tradicionales hay a menudo naranjos o limoneros y sus paredes están adornadas con yeso y azulejos de colores.

Hoy en día, muchos de los riads de Marrakech se han reconvertido en hoteles boutique de lujo donde los huéspedes pueden vivir una experiencia al más puro estilo de las mil y una noches. Uno de ellos es La Sultana, situado en el barrio de la Kasbah, a los pies de las tumbas saadíes, y a pocos minutos de la plaza Jemaâ El Fna en Marrakech.

En el barrio de Mouasine en la Medina, El Fenn, palabra que significa “fresco” es otro Riad de lujo que se caracteriza, entre otros aspectos, por sus suelos de cuero, por poseer una importante colección de pintura moderna y por su frondoso jardín interior. Desde su terraza, llena de rosales se pueden contemplar espectaculares vistas a la mezquita de Kotoubia y a las montañas del Atlas.

Fotos: Elefant Travel

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